De maestros y discípulos

11.06.2025

1 Pedro 1:18-21(*)

La familia, la iglesia y la escuela, eran pilares virtuosos de la comunidad. Cecilia acudió a su primera entrevista laboral puntual y almidonada. Antes de entrar a la dirección se cruzó con el cura párroco que hizo una amable reverencia, a la que ella respondió a tono con su investidura.

El director la invito a pasar y a tomar asiento. Su currículum era leído minuciosamente, a una velocidad exasperante: — Por lo que veo, obtuvo excelentes calificaciones, al parecer es aplicada y responsable, de Usted depende.

— ¡Sí! Me encantaría, es mi primera experiencia y le prometo que…

— No se apresure, por favor. Cómo le decía, de Usted depende. Acabo de conversar con el Padre Alberto y quedamos en no modificar nada en cuanto al funcionamiento de la escuela.

— Disculpe, tenía entendido que había una vacante, por eso…

— Verá, la maestra Eugenia acaba de jubilarse y con su salud algo deteriorada ya no podrá colaborar con nosotros. El párroco pidió que quién la sucediera no descuidara la catequesis de los sábados, como Eugenia bien supo hacerlo. Varías postulantes han desistido, alegando diversas cuestiones. Tómese su tiempo para responder, todavía estamos abocados a dejar la escuela en condiciones...

Cecilia respiró profundo antes de responder: — Sí me permite mañana mismo, le doy mi respuesta, por favor déjeme consultar con la almohada —dijo sonriente—. Se despidieron sin más y salió de allí lo más altiva que pudo.

Sus ideas en cuanto a corrientes pedagógicas y a metodologías didácticas se desmoronaban abruptamente, la escuela fue amor a primera vista, su lugar en el mundo. Pero los bolsillos del guardapolvo le rebosaban de dudas. El sonido de la tiza esta vez chirriaba insoportable, interfiriendo en su decisión. ¡Qué requisito más exigente!, apenas si había asistido a misa dos o tres veces durante sus estudios. ¿Por qué a mi Dios?, se preguntaba, ¡yo solo quiero ganarme el pan!

El amanecer la sorprendió a los tumbos con la almohada, más que una consulta fue una disputa reñida con el insomnio de testigo. A su regreso, los rayos del sol parecían atravesar vitrales y otorgaban una luminosidad policromada al patio de escuela.

— Buenos días. Vengo a darle mi respuesta. — dijo con seriedad y excesiva firmeza —

— Señorita Cecilia, buenos días. Bueno, Usted dirá…

— Sí, acepto. —La afirmación se excedía en tono y solemnidad, casi como si estuviese prestando su consentimiento al sagrado sacramento del matrimonio—

El director esbozo una mueca de satisfacción y sin perder tiempo se explayó en las actividades que usualmente eran planificadas al inicio del ciclo lectivo.

— Nuestra escuela lleva por santo patrono a "San José" estamos a tres semanas de la celebración y por lo general el Padre Alberto nos visita para compartir un sencillo acto. Le adelanto que para la catequesis tendrá que organizar el vía crucis, la mayoría de los alumnos son catecúmenos, así que tendrá la ventaja de conocerlos en clase. Su planificación anual podrá esperar, si la entrega después de Semana Santa estará bien…

Cecilia asentía en silencio a cada requerimiento, aunque le era dificultoso procesar toda esa información, además nunca había hecho una planificación y mucho menos un registro, no de manera formal, pero a la vez que se preocupaba intentaba convencerse de que no era tan difícil, que con esmero lo lograría.

Las semanas transcurrieron a una velocidad inusitada. Al acto asistieron padres, alumnos y exalumnos, además de la maestra Eugenia que visitaba la escuela por primera vez desde su jubilación, el patio estaba repleto, Cecilia se sentía por demás observada. Luego de resaltar las virtudes de "San José" invitó a un padre, a una abuela, al más pequeño de los alumnos, a la abanderada y al escolta, a que cada uno portase una vela para ser encendida a medida que ella iba leyendo las intenciones. El Padre Alberto cerro el acto con emotivas palabras, la mayoría de los concurrentes que se retiraban pasaban a saludar a la maestra Eugenia, mientras Cecilia iba desarmando poco a poco el telón.

Dos semanas después llegó la prueba final: el vía crucis. Se sentía exhausta, llevaba más de un mes a las corridas y solo quería descansar, horneo unas chipas de almidón, preparó un mate y comenzó a reflexionar sobre el alocado momento que le tocaba vivir. ¡Pero qué satisfacción y qué orgullo su primer sueldo! Aunque todavía sentía que no tenía la aprobación de la comunidad o por lo menos nadie se lo había hecho notar. ¡Qué trabajoso todo esto! ¡Qué agotador! ¿Habré convencido a padres y alumnos?, se preguntaba.

Asistió a la eucaristía del Domingo de Pascuas y oyó detenidamente la homilía mientras observaba el Cirio pascual y repasaba mentalmente su simbología. Al finalizar la misa se quedó a solas frente el altar para dar las gracias a Jesús.

Al salir de la capilla, un grupo de padres se encontraba reunido junto al Padre Alberto:

—¡Maestra Cecilia! ¡Justo queríamos hablar con Usted! Tenemos cosas importantes que decirle…

Trago saliva, sintió la necesidad de persignarse, pero se contuvo. ¡¿Y ahora qué?! Pensó.

— Queríamos darle las gracias y felicitarla por haber revivido el entusiasmo y la fe en nuestros niños. ¡Es Usted la maestra que estábamos necesitando!

Suspiró profundo y para sus adentros exclamó: ¡Aleluya! Con los ojos lagrimosos y una sonrisa de par en par dijo: — Soy yo quién tiene que dar las gracias. Dios me bendijo al traerme aquí, sin dudas todo el esfuerzo valió la pena. Fue tratando de enseñar donde más aprendí.

Doy fe de que todo lo que acabo de contar, así fue, gracias a su inspiración, he consagrado mi vida al sacerdocio. Cecilia fue madre, maestra y catequista. ¡Feliz Pascua!

(*) "Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios".

Autor: Ariel Kusiak.



Primer premio Concurso Literario "Felices Pascuas 2023" (Apóstoles, Misiones.)