
Cantar las cuarenta
"Nunca se sabe, hasta el final, si lo que un día cualquiera nos sucede es historia o simple contingencia, si es todo (por trivial que parezca) o es nada (por doloroso que sea)."
Sábato, Ernesto. Sobre héroes y tumbas. 1961.
Durante años, no volví a ver la caja de zapatos que me valió el primer coscorrón. La había bajado del ropero, escalando sus estantes en busca de tesoros escondidos. En su interior, encontré una cinta celeste atada a un diminuto broche que sostenía un pedacito de cuero reseco, un chupete, unos escarpines y fotos de mis padres, entre ellas una de cuando eran jóvenes, hamacándose en una plaza de La Plata.
De vez en cuando, recordaba la caja, al igual que la panoplia colgada en el living con la inscripción "Campo de Mayo". La única visita a mi madrina de bautismo en Floresta y la última llamada al penal de Ezeiza, donde hablé con mi padrino desde Bahía Blanca, eran estampillas o recuerdos que coleccionaba, sin despegarlos del todo de las epístolas de la memoria.
Durante mi infancia, conocí varias provincias debido a los constantes traslados de mi padre. Pasé por Santa Fe, Córdoba y Mendoza, entre otros lugares, hasta los quince años, anduve navegando a la deriva, como si no supiera dónde crecer. Por suerte, desde hace veinticinco años, me establecí en Misiones, donde he vivido desde entonces, intentando echar raíces y disfrutando de los primeros brotes y pimpollos que han surgido a partir del dulce fruto de mis hijos.
Un día, mientras acompañaba a mi padre, escuché una conversación entre dos de sus camaradas. Hablaban en voz baja, pero podía oírlos, y recuerdo que algunas palabras, aunque no me impactaron de lleno, me rozaron como a la silueta de un polígono que parece cimbrarse, aunque no se haya dado en el blanco. "No creas que su familia no lo sabía", dijo uno de ellos.
Cuando papá partió, y quién sabe si al cielo, hurgando entre sus cosas, volví a encontrar la foto. La miré como si buscara una pista, y noté un detalle oculto a plena luz: la panza. Debía estar muy grande, alrededor de los ocho meses, pero, en lugar de eso, su abdomen se veía tan plano como la tabla de una de las hamacas vacías.
Comencé a investigar y a organizar cronológicamente el álbum familiar, siguiendo un rastro a través de las instantáneas. La fecha de esa foto coincidía con los días previos a mi nacimiento. En silencio, inicié un periplo psíquico y físico en búsqueda de mis orígenes. Visité registros civiles y hospitales, pero nadie parecía tener respuestas.
Finalmente, di con la abuela de un amigo en Capital y le envié toda la información que disponía. Casi dos años después, a través de una denuncia anónima, dieron con el paradero de mi padre, y fue mi madre quien tuvo que sobrellevar la pesadilla, dando el soplo definitivo al castillo de naipes de mi realidad.
Cuando abrí el expediente, el mundo pareció detenerse. Según los documentos, mi madre era una estudiante de letras, y mi padre biológico, también un apasionado por la literatura, ambos habían sido detenidos y desaparecidos por la última dictadura cívico-militar. El crápula al que toda la vida llamé padre, trabajó en varios centros de detención clandestina, y había sido el encargado de expropiarme en esos días oscuros.
A medida que leía, una mezcla de emociones se apoderó de mí: incredulidad, dolor, incluso una sensación de traición. Sin embargo, conforme lo asimilaba, todo comenzó a cobrar sentido. Ciertas actitudes y silencios que antes me habían parecido inexplicables adquirieron un nuevo significado. Era como si, de repente, todo encajara, incluyendo mi profundo y casi innato amor por las letras.
Recordé entonces mi infancia y los juegos de "tute" que presenciaba en el living, y a cada carta como a una revelación, poco a poco fui reuniendo a los reyes de cada palo de la baraja. En las multitudinarias marchas que exigían juicio y castigo, él espiaba entre las cortinas, mientras mi madre se persignaba. Recuerdo las asambleas barriales, el trueque, las movilizaciones y los debates acalorados sobre el futuro del país, con mi padre rezongando sobre cabecitas negras, zurdos y comunistas.
He visto cómo se juzgó y condenó a los responsables, cómo se reabrieron las causas por desaparición forzada y cómo lentamente se comenzó a dar una reparación a las víctimas y a sus familias. Necesitaba respuestas, incluso si eso significaba enfrentarme a la dolorosa realidad de una familia destrozada. Cuando le mostré el expediente a mamá, pude ver en su rostro el peso de tantos años de ocultamiento. Entre lágrimas, me relató una historia plagada de arrepentimientos, miedos y decisiones desesperadas.
A medida que escuchaba, fui comprendiendo que, más allá de la mentira, había una madre que había luchado por darme una oportunidad de vida, la madre patria. Y unos padres que me habían acogido como suyo, a pesar de los sacrificios que eso les había supuesto.
La prueba de ADN mitocondrial fue clave para que pudiera conocer la verdad, ya que me permitió rastrear mi línea materna. Estaba agradecido de no haber vivido el suplicio de mis padres biológicos y de mis expropiadores. La traición y el odio se fueron transformando en una profunda gratitud hacia la vida.
Ahora, como docente en una escuela rural de Misiones, sigo navegando en busca de un faro en la oscuridad del pasado, mientras enseño a mis alumnos a buscar el suyo en medio de la selva, en un pueblo que fluye hacia el progreso desembocando en el mar de alguna ciudad. Mares donde naufragué con un siniestro capitán, y a los que no quisiera volver.
Hoy, mientras recorro los pasillos de la escuela, siento que he encontrado una nueva forma de mirar hacia el futuro. Ya no soy el niño perdido, sino alguien que, a través del dolor, ha logrado reconstruir sus raíces y su identidad. Sé que aún hay heridas por sanar, pero ahora cuento con la fortaleza que me otorga conocer mi historia.
A cuarenta años del retorno ininterrumpido de la democracia tengo la certeza de que mi verdadero nombre es Ernesto, y desde que lo supe, alimento la fantasía o la vaga ilusión de que lo llevo en homenaje a Sábato. Sí, "Estuve en el infierno", pero ya "Nunca Más".
1° Mención Especial, obra "Cantar las cuarentas" Certamen Literario Distrital "Nilda Mabel Biscaichipy" "40 años de Democracia" (Partido de Saavedra, Provincia de Buenos Aires. 2024).
Ariel Kusiak