
Cangrejo y Acuarela
Como todas las mañanas de domingo, en temporada estival, condujo hacia al río para llegar, como de costumbre, entre las nueve y las diez. La música a medio volumen y el habitual ejercicio de relajación para aliviar el estrés. Respiración profunda desde el abdomen, conteniendo el aire en los pulmones; tratando de vaciar su cabeza a la vez, contando hasta siete, sin que ninguna idea negativa se le interpusiera, exhalando todo el aire en el mítico octavo segundo. Así recorría los dos mil metros sin exceder los treinta kilómetros por hora. Para ella, era un despropósito apresurarse en llegar.
Caminaba unos pasos arrastrando el empeine, la tibieza de la arena en sus ojotas la reconfortaba; en sus manos una toalla de cara, las antiparras y una gorra de baño. Aspiraba profundo el aroma del río y exhalaba suave anhelando el mar. Su malla deportiva enteriza, cubierta por un pareo, que le habían traído de Brasil, era apenas observable por un ínfimo instante antes de que el agua la envolviera.
A veinte metros de la costa, hacía sus habituales pasadas en crol, que abarcaban alrededor de veinticinco metros de largo, cada cuatro o cinco brazadas se la veía tomar aire.
Mi kayak deambulaba siempre a su alrededor, al acecho. La rigidez de mi figura se asemejaba a contra luz a una aleta dorsal.
Una vez pasé cerca de las boyas y mientras ella flotaba plácida de cara al sol, intercambiamos unas palabras respecto a la temperatura del agua. Ni siquiera abrió los ojos para responderme, una vez más pasaba desapercibido.
El domingo del episodio, intenté acercarme midiendo sus tiempos entre pasadas, quería encontrar el momento exacto para poder verla y conversar un rato sin que esta vez la timidez me amilanara.
Venía haciendo su sexta pasada, supuse que pronto se detendría a descansar, me había hecho el desentendido, estaba a metros de mí y la veía venir de reojo. Por unos segundos no escuché sus brazadas, miré en su dirección y no la vi, instintivamente algo sombrío e inexplicable me alertó, giré el kayak y fui hacia ella, estaba despatarrada, sumergiéndose muy lentamente, no dude un segundo y me arrojé al agua, la tomé por la cintura y salimos a flote, pedí auxilio con todas mis fuerzas mientras me dirigía a la costa. Apenas hice pie, dos hombres de la prefectura vinieron a nuestro encuentro, con toda suavidad la recosté en la arena, me retiré unos pasos y me agarré la cabeza mirando a todos lados con desesperación, otro de los efectivos de la prefectura ensayó unas preguntas y lo único que le repetí fue:
– ¡Se desvaneció en el agua! Estaba nadando bien… ¡No sé qué paso, no sé, no sé qué paso!
En el mismo instante en que me tomaron del hombro para tranquilizarme, ella tosía expulsando el agua. La ambulancia ya estaba en marcha, intenté sostener la camilla, pero no me lo permitieron.
Me comuniqué de inmediato con su hermana, pidiéndole que por favor me avisara como iba evolucionando. Al día siguiente recibí su llamada.
– Ya está bien, de buen ánimo, fue solo un susto. Nos gustaría que vengas a visitarla.
– Sí, claro. Justo estoy cerca.
Con lo puesto y sin siquiera cerrar la puerta, salí volando hacia su casa. Me recibieron a los aplausos, como a un héroe. Relaté lo sucedido entre lamentaciones y expresiones de asombro. Ella me miró a los ojos, que le brillaban como dos boyas turquesas en el mar de su rostro, y me dijo:
– Gracias, si no fuera por vos, no estaría acá.
Para mis adentros pensé lo mismo, pero por aquellas mañanas de domingo en el río.
La visité casi todos los días durante tres meses y comenzamos una relación, que día a día me hizo más feliz. El amor había inundado nuestras costas, cambiando nuestros paisajes para siempre.
En el primer aniversario del episodio en el río, noté que estaba algo triste.
– ¿Te pasa algo, Isabel? Te noto distante, algo rara.
– Es la nostalgia, no se lo había contado a nadie hasta ahora, pero cuando estuve en el agua me pasaron cosas. No me vas a creer.
– Dale, no me digas eso. Sabes que me importas y es bueno desahogarte de nuevo -dije entre risas-
– Sabes que, Joaquín, esa mañana sentí que caía vertiginosamente por el centro de un remolino repleto de colores difusos, quería aferrarme a algo y tiraba manotazos con desesperación, de pronto me vi en un lugar donde todo era gris, la cabeza me pesaba y mis ideas no eran claras, cuando intenté relajarme y entrar en razón, caí de nuevo girando en todas direcciones. Durante la caída sentí que me asfixiaba. Abruptamente, todo se detuvo, esta vez el lugar era blanco por todos lados, no podía respirar y a cada paso me agitaba, cuando me detuve, caí de nuevo estrepitosamente, golpeando contra las paredes del remolino. Sentía un terrible ardor en cada uno de mis huesos y de nuevo la calma de sentirme en pie, en un sitio totalmente amarillo por donde se lo miraba. Apenas me detuve unos segundos en cada espacio, todos de diferentes colores y en cada uno de ellos sentía un dolor distinto. En el verde esmeralda el hígado, en el azul violeta el estómago, en el verde limón y en el naranja se me inflamaron los ganglios del cuello, la ingle y las axilas, sentía muchísimo cansancio, y así en una sucesión de colores que me mortificaban de diversas maneras. El último sitio estaba repleto de todo tipo de cangrejos. Todo, absolutamente todo, era de color rosa, incluso los cangrejos, había alguien junto a mí, pero no lograba reconocerlo.
Me había quedado mudo, no sabía que responderle, sentía una tristeza enorme en sus palabras. Isabel, era decidida y fuerte, pero por primera vez la sentí vulnerable. Agaché la cabeza y le dije:
– Es un camino largo superar el trauma, pero poco a poco lo iremos olvidando…
Mientras le hablaba, titubeando con mis argumentos poco convincentes, extendió su mano, acercándome un sobre. Lo leí y se me inundaron los ojos. La abracé con ternura, acariciando sus cabellos todavía mojados.
– No te preocupes, todo va a estar bien. Estoy a tu lado. Te voy a ayudar a salir a flote.
Doce años después, volví a tener un kayak, esta vez duplo. En verano, las mañanas de domingo son nuestras. Las boyas turquesas se ven resplandecientes y en sus costas ya no hay cangrejos.
Ariel Kusiak
Segundo premio Concurso la "Letra Rosa" III, con su obra "Cangrejo y Acuarela" (Posadas, 2022).



